A pesar de lo que muchos piensan, el control del hambre es mucho más que fuerza de voluntad. La regulación del apetito es un proceso extremadamente complejo del que poco a poco vamos averiguando algunos de sus mecanismos.
Las hormonas, los mensajeros químicos que utiliza nuestro organismo para enviar señales al cerebro, juegan un papel fundamental en la regulación de la saciedad y el apetito.
En concreto, ya sabemos que la leptina, descubierta en 1994, y la insulina son dos de las principales hormonas implicadas en los procesos de la regulación de la saciedad y el apetito. La leptina, conocida como la hormona del hambre, es un controlador del metabolismo y un regulador del hambre.
De forma muy simple y resumida las hormonas influyen en la regulación de la reserva de grasa corporal y el apetito del siguiente modo: cuando el nivel de leptina aumenta, se le indica al cerebro que la reserva de grasa es suficiente, que disminuya el apetito y que empiece a quemar grasa en lugar de almacenarla. Y cuando el nivel de leptina baja, se le dice al cerebro lo contrario, que estimule el apetito y que empiece a almacenar grasa.
Entonces, ¿por qué engordamos? El problema de las personas obesas es que han desarrollado resistencia a la leptina, resistencia similar a la que los diabéticos han desarrollado a la insulina, y a pesar de tener niveles elevados de leptina, que indican una reserva de grasa corporal suficiente, el cerebro no recibe la información, percibe un estado de inanición y sigue acumulando grasa.
La solución para estas personas es mejorar su sensibilidad a la leptina y restablecer el equilibrio hormonal en su organismo. Numerosos estudios y la literatura científica avalan que un cambio de dieta (sin azúcares ni productos procesados) y modificaciones en el estilo de vida (más descanso, menos estrés y más ejercicio físico) mejoran la sensibilidad a la leptina.
¿Te animas a mejorar tu sensibilidad a la leptina?