Partamos de una premisa fundamental: sin inflamación no hay curación. La inflamación forma parte del mecanismo de defensa esencial del organismo, y su activación es un signo claro de que nuestro sistema inmunitario actúa frente a una determinada amenaza. Estas amenazas pueden incluir desde microorganismos como virus o bacterias, hasta traumas físicos, como un golpe o esguince, y lesiones en la piel y otros tejidos del cuerpo, como es el caso de una quemadura.
Es decir, la inflamación es un proceso básico para nuestra supervivencia y, como tal, debemos valorarlo. El problema es que existe mucho desconocimiento y el mero hecho de nombrarla genera inquietud. La clave está en saber diferenciar cuándo se produce de manera normal y cuándo puede suponer un verdadero riesgo para la salud.
Solemos estar más familiarizados con las inflamaciones que se denominan agudas, que son aquellas respuestas fisiológicas cuya duración no se prolonga demasiado en el tiempo y que están asociadas a una zona específica. Sin ir más lejos, pensemos en la reacción que se genera cuando nos pica un insecto o cuando sufrimos algún tipo de contusión.
En estos casos, el cuerpo activa una serie de respuestas para neutralizar la amenaza, repara la zona afectada y se ponen en marcha procesos antiinflamatorios para minimizar el daño.
Qué es la inflamación crónica de bajo grado
Pero, ¿qué sucede cuando la inflamación no se resuelve de esta forma? Ahí es donde entra en juego la inflamación crónica de bajo grado, un estado en el que la respuesta inflamatoria se mantiene de forma prolongada y silenciosa, sin síntomas evidentes en sus etapas iniciales. A pesar de su apariencia inofensiva, este tipo de inflamación mantiene al sistema inmunológico en alerta permanente y puede ser comparable con una herida interna que no termina de sanar.
Si bien no necesariamente implica una enfermedad, la inflamación crónica de bajo grado puede representar una condición latente que conviene manejar de manera integral, atendiendo factores como los hábitos de vida, el manejo del estrés y la prevención médica. Estudios publicados en PloS One la asocian con un mayor riesgo de condiciones de salud crónicas, y otra investigación en Aging and Disease sugiere que esta inflamación persistente puede influir en la calidad de vida y en la salud a medida que envejecemos.
Algunas investigaciones, como un trabajo incluido en Nature, identifica varias causas de inflamación crónica sistémica de bajo grado. Entre las causas más comunes se incluyen:
- Infecciones persistentes o crónicas
- Inactividad física y obesidad visceral
- Desequilibrio de la microbiota intestinal (disbiosis)
- Alimentación rica en procesados y baja en nutrientes
- Estrés psicológico y aislamiento social
- Alteraciones del sueño y exposición a luz artificial
- Contaminantes ambientales como químicos industriales y tabaco
Estos factores han sido estudiados en relación con una variedad de condiciones de salud, tales como el síndrome metabólico, diabetes de tipo 2, enfermedad del hígado graso no alcohólico, enfermedades cardiovasculares, depresión, enfermedades autoinmunes, e incluso la inmunosenescencia, que es el deterioro gradual del sistema inmune asociado con el envejecimiento.
Contribuye a tantas enfermedades porque afecta a todo el cuerpo. Daña el ADN, desregula la homeostais de las hormonas, puede comprometer el funcionamiento de órganos y afectar al sistema cardiorrespiratorio. También dificulta el funcionamiento del sistema inmune o inhibe la generación de nuevas neuronas.
Este tipo de inflamación puede estar presente de manera silenciosa, por lo que resulta beneficioso abordarla con un enfoque de bienestar integral, basado en un estilo de vida saludable y preventivo.
La clave está en los hábitos
Es posible reducir el riesgo de sufrir inflamación crónica sistémica de bajo grado. Y la clave, una vez más, está en las decisiones que tomamos. Buena parte de las causas que la desencadenan están relacionadas con nuestros hábitos y estilo de vida, por lo que si somos capaces de intervenir en diversas áreas de manera eficaz, estaremos en disposición de calmar esa inflamación que no cesa.
Una de las estrategias más eficaces para prevenir y reducir la inflamación crónica es evitar el sedentarismo. La obesidad, que puede estar relacionada con este tipo de inflamación, puede prevenirse con el ejercicio regular. Incluso la inactividad física por sí sola puede estar vinculada a procesos inflamatorios, como sugiere un estudio publicado en Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports.
Debemos incluir el ejercicio regular como parte fundamental de la solución. Aunque genera una respuesta inflamatoria temporal, los beneficios a largo plazo son sustanciales y refuerzan los mecanismos de defensa del organismo. Además, el ejercicio provoca cambios celulares y moleculares que protegen la salud cardiovascular y metabólica, fortaleciendo la musculatura y mejorando la resistencia física.
La mayor parte de la evidencia científica sobre fisiología del ejercicio se ha centrado en el papel de diversas hormonas liberadas durante el ejercicio y sus efectos en distintos órganos, como el corazón y los pulmones, pero no hay que perder de vista lo que sucede en el epicentro del esfuerzo, el músculo, donde se desata una verdadera cascada inmunológica.
Una reciente investigación de la Universidad de Harvard, publicada en Science Immunology, pone el foco en esta cuestión y concluye que los beneficios del ejercicio son verdaderamente evidentes cuando se hace con regularidad. Algo que está plenamente alineado con otros estudios previos, como el publicado en Aging Disease.
La dieta también cumple su función frente a la inflamación crónica, ya que una alimentación inadecuada la fomenta por diversas vías. El consumo de alimentos fritos, ultraprocesados y ricos en grasas trans fomenta la inflamación a través del desequilibrio de la microbiota intestinal.
Incluir alimentos frescos y naturales, como los que predominan en la dieta mediterránea, con un elevado protagonismo de las frutas, verduras, los cereales integrales, legumbres y las grasas saludables como el aceite de oliva, es una estrategia acertada. Así lo confirma un trabajo publicado en Nutrients.
Nuestros ritmos biológicos están vinculados estrechamente con el equilibrio inflamatorio del organismo. Mantener una adecuada exposición a la luz natural y un correcto descanso con horarios de sueño regulares, son aspectos también para tener en cuenta.
Permite que el organismo sincronice sus funciones, mejorando la producción de hormonas y neurotransmisores esenciales para reducir la inflamación. La exposición a luz artificial en la noche o el uso de dispositivos electrónicos puede afectar este proceso, elevando el riesgo de inflamación.
El estrés es otro de los grandes desencadenantes de la inflamación de bajo grado, ya que activa la liberación de cortisol, una hormona que, en exceso, puede contribuir a la inflamación prolongada. Por lo tanto, aprender a manejar el estrés mediante técnicas de relajación, meditación o actividades recreativas es clave para reducir este tipo de inflamación.
Por último, el propio proceso de envejecimiento también conduce a un mayor estado de inflamación crónico por la mencionada inmunosenescencia y ese deterioro gradual del sistema inmune. Aun así, al adoptar un estilo de vida saludable, es posible ralentizar los efectos de la inflamación relacionada con la edad, manteniendo al sistema inmune más activo y fuerte.
La inflamación crónica sistémica de bajo grado puede ser el resultado de pequeños factores de estrés diario que se acumulan con el tiempo. Aunque está asociada a un riesgo a largo plazo, gran parte de la solución está en nuestras manos.
Tomar decisiones informadas y adoptar un estilo de vida saludable, respetando nuestro ritmo biológico, haciendo ejercicio regular, siguiendo una dieta adecuada, asegurando un buen descanso, eliminando hábitos perjudiciales y manejando el estrés de manera adecuada, son estrategias eficaces para lograrlo.
Es posible vivir de manera saludable y minimizar el riesgo de desarrollar enfermedades relacionadas con la inflamación crónica de bajo grado, disfrutando de una vida larga y plena.