Para aquellos que son padres, los hijos lo son todo. Alegría, diversión, amor y a veces preocupación. Cosas que antes nos parecían sencillas, como la alimentación, cobran un matiz distinto cuando se trata de nuestros hijos. A ellos queremos darle lo mejor pero muchas veces es más fácil decirlo que hacerlo.
Porque con tantas opciones en el mercado, dudamos de cuáles son las más adecuadas y las más saludables. Y en otros casos, por el ajetreo de nuestras vidas tomamos decisiones más prácticas para .
Pero todos somos conscientes de que mientras mejor es la alimentación, mayor es la oportunidad de disfrutar una salud plena, tanto para los mayores como para los peques.
El prestar atención a las elecciones en la dieta de nuestros hijos les ayudar a mantener un peso adecuado, estabilizar su humor y hasta alejar ciertos problemas de salud. Además una dieta saludable interviene de manera importante en el desarrollo integral del niño y colabora con su sistema inmune de manera positiva.
Otro factor positivo de empezar en la senda de la alimentación saludable cuando somos pequeños, es que estos hábitos pueden acompañarnos durante toda nuestra vida. Porque es lo que aprendemos de niños lo que repetimos después en la edad adulta.
Muchos de nosotros, ya «mayores» y desarrollados tanto en lo físico como en lo mental, adquirimos nuevos hábitos saludables de adultos, cuando decidimos hacer algún cambio -generalmente para mejor- en nuestras vidas.
Pero con frecuencia estos cambios nos cuestan, porque justamente tenemos que derrumbar las barreras de lo que tenemos aprendido y venimos practicado por años. Imagínense si desde pequeños, el comer saludable hubiese sido parte de nuestro día a día.
Nuestros padres seguramente hicieron lo mejor que podían con la información con la que contaban y una vez más, repitiendo los patrones que ellos aprendieron de abuelos y familiares.
Ahora tenemos nosotros la información literalmente en las palmas de nuestras manos y vale la pena tratar de darle uso para nuestro beneficio, y el de nuestros hijos.
¿Por qué es tan difícil elegir bien?
Claro, sobre el papel todo suena más fácil. Pero la realidad dista mucho de darle a tu hijo una manzana en vez de una chocolatina y que los pajaritos canten al unísono como en un lindo cuento de hadas. Nuestra vida es complicada desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Muchas veces optamos por la alternativa que tenemos más a mano que en la más saludable.
Si a esto le sumas el ataque continuo de la publicidad -dirigida a nuestros niños- presión de grupo y el estrés en que estamos sumergidos, fácilmente puede convertir la hora de la alimentación un campo de batalla donde a veces, preferimos perderla para salir rápidamente de ella.
Un estudio de la Universidad de Michigan encontró que sólo un tercio de los padres pensaban que estaban alimentando a sus niños de manera saludable y que uno de cada cinco, no pensaba siquiera que fuera importante.
De los 1500 entrevistados, se encontró que si bien sabían que deberían estar dándole a sus niños comida más saludable, sólo uno de cada tres decía que lo hacía realmente. Las razones eran extrapolables a niños y adultos también: a los niños no les gustaba el sabor de la comida saludable y para los adultos era más «difícil» de preparar.
La tensión que se crea entre comprar alimentos que los niños quieran comer y los que realmente necesitan, es una lucha diaria. Inevitablemente, en algunas ocasiones la solución será darles lo más fácil, darles lo que les guste -así no sea lo más sano- y quedarnos con la idea de que al menos está comiendo algo.
También hay que tener en cuenta la publicidad engañosa, como por ejemplo, la inclusión de los términos naturales, ecológicos, orgánicos hasta en alimentos ultraprocesados, no ayudan a realizar las mejores elecciones.
¿Cómo se desarrollan las preferencias alimentarias de los niños?
Ahora nos preguntamos, ¿todo lo aprendemos de cuando somos niños? ¿Hay alguna parte de nuestras preferencias que viene con nosotros? El entender cómo tenemos preferencias por ciertas comidas está asociado a varios factores y esto es lo que llamamos «preferencias alimentarias».
En los dos primeros años de vida estamos en constante aprendizaje de todo lo concerniente a nuestro desarrollo -gatear, caminar, agarrar cosas, comunicarnos- y también se forman las preferencias alimentarias. Durante años, la industria alimentaria de los ultraprocesados ha usado ese conocimientos para su beneficio, utilizando técnicas de marketing diseñadas para la alimentación de los niños.
¿Cuántas veces se ve una publicidad para comer brócoli? La comida saludable es publicitada menos en comparación con la ultraprocesada. Si a esto le sumas las cifras millonarias que se invierten en productos altos en azúcar, sal y grasa, adornadas con juguetes y formas llamativas para los niños, la pelea es dura de ganar.
Reducir el consumo de sodio y azúcar desde la alimentación temprana puede ayudar a establecer preferencias de sabores que van a ayudar a los niños a elegir alimentos más saludables más adelante en la vida. El problema está en que estos son los sabores que reinan en el mercado de los alimentos ultraprocesados.
Y aunque hay países que han empezado a pelear por una industria de alimentación infantil más saludable, y otros donde se han colocado impuestos al azúcar, todavía nos queda mucho camino por recorrer.
Otra razón por la que nos cuesta incluir ciertos alimentos en las dietas de nuestros niños tiene que ver con los comportamientos típicos del desarrollo. La tendencia a preferir o a negarse a comer ciertos alimentos, es parte normal del desarrollo y como individuos, es un área de su corta vida sobre la que están ejerciendo control.
El negarse a comer ciertas cosas, es una práctica de tomar decisiones y demostrar que son independientes. Por eso vemos cómo los niños aceptan ciertos alimentos en algunos momentos, otras veces quieren comer sólo un tipo de comida. A veces esa misma comida que parecían amar hace unos días, la rechazan con mucha convicción.
Esto lo puedes ver cuando tu hijo también rechaza ciertas texturas, colores en la comida, no quieren comer nada nuevo o se empeñan en comer ellos solos (aunque más de la mitad de la comida termine en el suelo).
¡No todo está perdido!
Quizás a estas alturas pensarás que no hay nada que hacer. Mejor comprar lo primero que le llame la atención al niño que luego tendrá toda la vida para acomodarse. Pero no decaigas, ¡todavía hay cosas que puedes hacer!
Estas técnicas te pueden ayudar:
Sirve las cantidades correctas: ofrécele una cucharada de alimento por cada año. Si son tres años, pues tres cucharadas. ¿Suena poco? Sí, pero las pequeñas porciones les dará la oportunidad de que pidan más comida.
Involúcralos: desde las compras hasta la realización de la comida. Esto los hace sentir parte del todo y le puede dar más oportunidades a que quieran comer lo que vieron cómo se hizo porque ellos mismos estuvieron presentes en el proceso.
Hazlo divertido: ¿quieres ganarle a los colores vistosos y juguetes de la comida procesada? Pues haz la de la casa igual de vistosa. Utiliza formas, juega con la presentación, utiliza moldes de galletas para servir. En casa la comida puede ser igual de llamativa.
Ve mezclando: trata de ir introduciendo sabores nuevos con los que ya conoce. Digamos que es una técnica de disfraz. Esto hace que probar lo nuevo sea más fácil.
No chantajees: deja de lado el clásico «si comes esto te puedo dar esto». De esa manera sigues estableciendo que el comer sano no es parte de la rutina, sino algo que debe hacer para ganarse una recompensa.
No pidas que deje el plato «limpio»: saca de tu cabeza la noción de que el niño tenga que terminar el plato por completo, que lo asociamos normalmente a castigo.
Come en familia: trata que el comer sea una rutina familiar, no un acto apurado en la medida de lo posible. Ve creando rutinas que se asocien a la hora de comer, como sentarse los miembros de la familia, contar alguna historia, dejar de lado los móviles o TV.
Y por último, recuerda que aprendemos con el ejemplo. Se tú también parte de la alimentación saludable de tu hijo. Come lo que él coma, disfrutad juntos y compartid. Hay más posibilidades de imitar esos comportamientos si tú los estás haciendo.
¡Tu salud y la de los tuyos, te lo agradecerán!
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